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  • juansoledo1

En la mañana



¡Si no fueras tan lindo, juro por Dios que te propinaría unas buenas bofetadas!-Reí-. No reí porque ella no pudiera abofetearme, ¡claro que sí podía!, reí porque todo aquello era ridículo. Sus palabras, su pronunciación, sus gestos, su borrachera de las 9 de la mañana, yo acompañándola, mi risa bufonesca, mi deseo irrealizable de abofetearme a mí mismo, todo, todo era extraordinariamente ridículo. Frunció el ceño. Sus ojos café centellaban. La ira hizo temblar sus brazos, el vaso se le escapó de la mano y se hiso trizas en el suelo. Le alargué otro vaso y lo llenó con whisky. Este es un whisky de mierda, dijo, antes de beberse un gran trago. Mierda para la mierda -dije yo-. Tienes razón, dijo, ¿porque no te lo bebes todo, entonces? No -contesté-, prefiero compartirlo contigo, es lo más lógico. Seguía iracunda, volvió a temblar. Puso el vaso sobre la mesa y encendió un cigarrillo. Aquí no puedes fumar -le dije, esforzándome en contener la risa-. Cómase una grandísima mierda, Juan -dijo-. No, no quiero hacer el amor contigo en ese estado -le dije-. La risa me hizo llorar. Mientras yo enjugaba mis ojos ella se quitó los tenis, la blusa, el pantalón, el brasier, las medias, el calzón y, desnuda, corrió hacia mi cuarto. La seguí. Estaba acostada en la cama, boca arriba, mirando el techo. Me senté en la butaca, al lado de la cama. La contemplé en silencio, largo rato, hasta que se durmió. Roncó. Salí del cuarto. Recogí sus ropas desperdigadas por el corredor. Ella seguía roncando. Lavé los vasos, limpié el cenicero y guardé la botella de whisky en la nevera. Me bañé. Me vestí. Agarré un libro y me senté, en la sala, a leer. Desde allí podía escuchar sus ronquidos de borracha. Cerré el libro, cerré los ojos y escuché. También me dormí.



Juan Carlos Román Trujillo


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